Una transformación no deseada... 8 de Noviembre... siglo XIX

8 de Noviembre...

En un pueblo donde el invierno y ya había aflorado, andaba una chica los más abrigada posible que podía, pero con una sonrisa, parloteando con una joven de casi su misma edad, estando ambas agarradas del brazo. Los mozos que las veían, les saludaban quitándose el sombrero y ellas con una sonrisa coqueta lo devolvían, más sin embargo, a una de las jovenes, le saludo una enfermedad...

-¡Lucrecia!, ¡ven, corre, tienes que ver esto! -le dijo sonriente la chica castaña, a una rubia que en cama se ocultaba.

Con una sonrisa forzada, la chica rubia, abrió los ojos. Verdes, profundos y soñadores, los cuales se posaron en la castaña.

-Lo siento Isabel, pero hoy no tengo ganas de salir...
-... bueno... eso no es típico en ti, ¿te sientes bien?
-Pues no mucho, pero tranquila que seguro que se me pasa. Ve tu y así cuando vuelvas me lo cuentas todo ¿vale?, yo mientras voy a echarme una cabezadita
-Mmm... vale, que descanses -le respondió no muy convencida y dándole un beso en la frente antes de marcharse...

Nadie sabía lo que ocurriría, hasta que ocurrió, y no fue precisamente lo mejor...
Ya por la tarde, Isabel volvió a su casa y se quedó desconcertada al ver a su hermana tendida en la cama pero respirando con dificultad... Sus rubios cabellos enmarañados como si hubiese dado muchas vueltas, sus ojos rojos e hinchados como si acabase ahora de acabar su llanto y unas muescas, firmas de la Lepra, ante los ojos atónitos de su hermana.

-¡¡Lucrecia!! -gritó asustada la morena acercándose corriendo a su hermana, más cuando estuvo a punto de cogerle la mano, ésta le chilló.
-¡No me toques! -Isabel se detuvo en seco- tengo la lepra... es muy contagiosa, si me tocas tu también la tendrás... -tose.

-Pero ¿cómo es posible? Eduardo no la tiene, y tus hijos tampoco, y ellos podrían haberlo cogido en la calle -preguntó arrodillandose a la cama de su hermana con los ojos empañados en lágrimas, a lo que su hermana sonrió con tristeza, haciéndole saber a su hermana cómo se había contagiado a lo que en respuesta la castaña rompió en llanto.

-A veces las esposas sólo somos flor de un día hermanita... -respondió con tristeza, a lo que su hermana frunció el ceño derramando lágrimas de rábia y tristeza mientras se ponía en pie.

-Pero... tsk!, iré a por un médico, tu aguanta un poco por favor! -le rogó la morena a su hermana saliendo corriendo de la casa, con tan sólo cogiendo su mantón.

Fuera de la casa nevaba, no muy fuerte, pero lo bastante como para dejar toda la calle de un color blanquecino, y ser costosa de atravesar al andar. Isabel, se dirigió al hospital, pero estaba la entrada bloqueada por la nieve que seguramente se derretiría por la mañana.
Buscó al médico del pueblo, pero al parecer se había ido de éste a visitar a un paciente que vivía a dos días de camino del pueblo.

Ya desesperada, las lágrimas le recorrían el rostro sin poderlas controlar, cuando un hombre de aspecto misterioso, la miraba, ella, se dio cuenta y se acercó a él, con el pequeño atisbo de esperanza, de que fuese médico ya que ya había preguntado a todo el mundo del pueblo y nadie le conocía. Al parecer era un forastero de hacía unos días, pero cuando se acercó un sólo paso, el hombre ya estaba junto a ella, a una distancia casi nula y en una velocidad sobrehumana... ella intentó separarse, pero el hombre la sujetó con una fuerza para ella impresionante. Se acercó a su rostro, pudiendosele distinguir... era un apuesto joven de piel pálida pero al tacto fría y dura como una roca... cabellos cobrizos y desordenados pero sobretodo, unos ojos azabaches muy intensos... sin embargo, a pesar de ese aspecto, tenía algo que le hacía retroceder y forcejear en vano, algo que le daba pavor, y con razón, ya que en unos segundos, el rostro frío de ese joven, se avalanzó sobre su cuello, notando así una mordida fácil y dolorosa en el cuello, como su sangre huía de su rostro, como cada vez se sentía más y más débil hasta para gritar... hasta que por alguna razón, éste desincrustó mandíbula del cuello de Isabel, huyendo, dejandola caer totalmente debilitada y teniendo combulsiones mientras un líquido violáceo oscuro se mezclaba con la sangre que de su ahora ensangrentado cuello brotaba sin cesar.

Los gritos de la joven tirada en la nieve que se teñía de un color escarlata, eran agonizantes y dolorosos, pero sobretodo ardientes ya que la chica notaba como cada parte de su cuerpo ardía como si desde su interior hasta la calle hubiese una hoguera...

A los pocos días, despertó en el hospital...

-¡Está viva!, ¡es imposible! -exclamó el médico exaltado, provocando que Isabel, confundida por su reacción y sorprendida de que hubiese salido viva de aquel suplicio se mirase... al parecer los médicos le habían vendado la "herida" por la que había perdido la mayor parte de sangre, pero ahora, tenía la piel pálida y la notaba... templada, pero más fría de lo normal. No se sentía ella misma, así que miró al médico de forma intimidante, pero sin que se diese cuenta de ello.

-Te e-encontramos ha-hace unos dí-días y no tenías pulso hace u-una hora...

Eso la extrañó tomandose a si misma el pulso y notando como no tenía efectivamente, pero se horrorizó cuando escuchó lo de que había estado días, por lo que saltó de la cama y de la nada ya estaba alzando el aire al médico, el cual tembló de pánico al ver sus ojos de color rojo carmesí, mientras que ella, notó como le ardía la garganta derrepente y sentía la necesidad de beber sangre en un impulso desgarrador.

-...¿Y mi hermana?, ¡¿Y Lucrecia?! -preguntó asustada.
-...mu-murio...
-No... no... ¡¡no es posible!! -gritó enfurecida lanzándole con increible fuerza al médico contra una pared. Éste, cayó sobre un montón de cristales hechos añicos y comenzó a sangrar, más cuando ella olió la sangre, se tensó y fue directamente a donde estaba el médico totalmente cegada por la sed, mientras que éste tomaba con manos temblorosas un bisturí que en vano utilizó para apuñalarla y huir, ya que éste se partió contra la piel de ella mientras clavaba sus dientes en el cuello ajeno absorviendo ese satisfactorio líquido carmesí que apacigüaba el ardor de su garganta... sin embargo, se horrorizó segundos más tarde de lo que había hecho... había asesinado a una persona por alimentarse... por lo que huyó del hospital y del pueblo... descubriendo en el camino a controlar sus habilidades y demás, por el resto... no se volvió a saber de Josefina Isabel González Carriedo...
Pero siguió viva como Serafina...