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[OS] Humildad chilena a medias.
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[OS] Humildad chilena a medias.
Nota de la autora:
El ocio carcomía literalmente mis entrañas. A base de eso, decidí escribir por primera vez algo de mi versión masculina de mi propio personaje de Valparaíso; esta nota en sí consiste en presentarles a la rápida a este tipo, y eso más que cualquier otra cosa, me dedicaría a destacar que es tan orgulloso y egocéntrico como un bonaerense, como también tan distraído y un tanto bruto como cualquier chileno. Quiero decir con esto de que no meto en estas comparaciones a todo el mundo en el mismo saco; sé que no todos los bonaerenses son egocéntricos y que no todos los chilenos son distraídos o brutos. Sin ánimos de ofender a nadie. Ahora, dejando de lado este pequeño rodeo, procedo a postear en sí lo que ha salido de este rato de aburrimiento. Espero que lo disfruten y rían en el proceso de leerlo.
- - -
Humildad chilena a medias.
Bryan era pésimo. Pésimo en todos los sentidos habidos y por haber, excepto en la cama.
Eso era lo único que Martina no podía criticar.
Pero Martina se daba la libertad de hacerlo de igual forma, con su argentina y especial manera de insultarlo, como sacarle en cara todo lo que ha hecho mal y lo que le falta por hacer.
Y Bryan lo pensaba, le daba vueltas y quería cambiar. Le costaba mucho seguir el protocolo de príncipe azul que a veces su propia mujer le imponía, pero sabía que nada era imposible.
¿Qué habría de ser imposible para un porteño tan bacán como él? ¡Nada! Absolutamente nada.
Hoy tenía planeado cambiar. Cambiar de repente no, pero sí, cambiar en el sentido de tener una sorpresa para su mujer y estar cariñoso no solamente para…vamos, seamos sinceros todos. Un hombre como él siempre estaría meloso, nada más que para los preliminares de eso. Y lo dejaba hasta ahí porque no quería entrar en más detalles (además de no querer revelar que muchas cachetadas le habían llegado de última cuenta por eso mismo).
La cosa es que, hoy era el día de ser único, diferente. Un Bryan distinto en el mismo Bryan de todos los días. No carrete, no comparaciones, no calenturas. Puro amor. Pero había un gran detalle. Un gran, horripilante y asqueroso detalle. Un detalle que generalizaba a los otros varios que seguían en esa misma categoría.
¿Cómo chucha saber qué era lo mejor que podía hacer? O sea, Martina había salido de compras. Y no simplemente había salido así como así normal, sino que para rematarla, enojada. Estaba claro que cuando llegara y de repente tuviera a su porteño imbécil todo galante y caballero esperándola en el living, pensaría que alguna cagada con otra se había mandado. O que estaba borracho. O que estaba, simplemente y en resumen, buscando hacerse el lindo porque se encontraba borracho y quería cubrir que la otra (que más encima no existe) estaba en el lecho matrimonial, desnuda, esperándolo. Martina siempre tenía tan buena imaginación…que eso le parecía lindo como exasperante. Otra vez se vuela un segundo.
Todavía, como buen Bryan, seguía estancado en la misma interrogante, mirándose al espejo de la pieza. No sabía si peinarse al pan batido o dejarse sus siempre típicos mechones, así todos disparados, en la dirección que se les antojara. Ese trajecito blanco, medio ajustado, que quedaba y encajaba perfecto con su cuerpo esbelto, lo hacía ver bien. Demasiado bien. Tan bien que…que si fuera mujer, creería y daría por hecho que ya se habría pegado un toqueteo de traste y del bueno. Se encontraba terrible sensual, si hasta su cara seria podía estar combinada con su todo; y tanta maravilla era todo esto, que la duda se le va en collera y lo único que abunda en su cabeza es un “Grande, Papá. Grande. Con razón las minas te siguen tanto”.
Ahora se observa meticulosamente la cara. Se miraba tanto, que no podía creérsela él mismo.
Después de que su rostro pasara esa revisión que, quería evitar que Martina se molestara en ejecutar cuando le viera, procedió a menear la cabeza para poder atraer la idea general de nuevo a su mente. Puta que le costaba por Dios concentrarse.
- Ya sé qué voy a hacer. –Murmuró, sonriendo galantemente hacia el espejo, con la solución lista a sus problemas. ¿Qué otra cosa podía complacer a una mujer además de los mimos? Que el hombre la seduzca y le recuerde todas esas cosas que ella, normalmente, adora contradecir para que el imbécil que la ama siga hinchando con restregárselas en cara. ¿Cómo no se le había ocurrido antes? Saco wéas no más.
Y ahí surgió otra respuesta inmediatamente, a la última cuestión.
“Ah; porque era muy cursi y estúpido. Qué mierda tienen las mujeres de ahora con estas weás…”
Adoraba responderse a sí mismo. Era estúpido, pero bacán a la vez.
Mira ahora hacia el reloj que había ahí en la pared donde estaba puesto el espejo vertical en el que antes, se adulaba mentalmente. Si bien sabía lo puntual de la argentina, adivinaba que estaba a punto de llegar a casa. Más valía irse preparando para lo que es bueno.
Desvía sus ojos castaños hacia su reflejo. Ya venía siendo hora de decirle adiós. Y también observa a la cama, que se había esmerado en perfumar con esencia de rosas. Si bien esta noche no pretendía llegar a nada, nunca estaba de más…prepararse. Bryan era seco para sumar puntos en esta clase de cosas.
Chascón como siempre, salió de la pieza, luciendo unos zapatos negros de marca (que le costaron un ojo de la cara y un par de riñones, literalmente) bien lustrados, los pantalones de tela blanca con los pliegues como corresponde, la camisa medio celestita que le regaló su razón de ser en su cumpleaños veinticuatro y encima, el terno blanco que le quedaba a la medida, que su querido suegro le había obsequiado también. Ahora sí que se ganaba puntos en este aspecto. ¿No quería la rubia un Bryan especial? Ahí lo tendría.
Bajó con parsimonia total las escaleras y, de ahí, se acercó a los interruptores, para bajar un poco la luz, porque hasta eso la rubia se había encargado de dejar arreglado en el living. Quizás ella ya estaba previendo desde un principio que él haría caso a sus quejas y se esmeraría en cambiar de esta forma. Totalmente al tipo de hombre weón romanticón, como siempre él decía. De ahí, se apoya contra la pared que está justo en frente a la puerta de entrada, con las manos en los bolsillos.
Bryan era pésimo amante de película.
Pero si se lo propone, lo logra. Si se lo propone, se inspira. Y llega a ser mucho más choro que uno de esos.
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El ocio carcomía literalmente mis entrañas. A base de eso, decidí escribir por primera vez algo de mi versión masculina de mi propio personaje de Valparaíso; esta nota en sí consiste en presentarles a la rápida a este tipo, y eso más que cualquier otra cosa, me dedicaría a destacar que es tan orgulloso y egocéntrico como un bonaerense, como también tan distraído y un tanto bruto como cualquier chileno. Quiero decir con esto de que no meto en estas comparaciones a todo el mundo en el mismo saco; sé que no todos los bonaerenses son egocéntricos y que no todos los chilenos son distraídos o brutos. Sin ánimos de ofender a nadie. Ahora, dejando de lado este pequeño rodeo, procedo a postear en sí lo que ha salido de este rato de aburrimiento. Espero que lo disfruten y rían en el proceso de leerlo.
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Humildad chilena a medias.
Bryan era pésimo. Pésimo en todos los sentidos habidos y por haber, excepto en la cama.
Eso era lo único que Martina no podía criticar.
Pero Martina se daba la libertad de hacerlo de igual forma, con su argentina y especial manera de insultarlo, como sacarle en cara todo lo que ha hecho mal y lo que le falta por hacer.
Y Bryan lo pensaba, le daba vueltas y quería cambiar. Le costaba mucho seguir el protocolo de príncipe azul que a veces su propia mujer le imponía, pero sabía que nada era imposible.
¿Qué habría de ser imposible para un porteño tan bacán como él? ¡Nada! Absolutamente nada.
Hoy tenía planeado cambiar. Cambiar de repente no, pero sí, cambiar en el sentido de tener una sorpresa para su mujer y estar cariñoso no solamente para…vamos, seamos sinceros todos. Un hombre como él siempre estaría meloso, nada más que para los preliminares de eso. Y lo dejaba hasta ahí porque no quería entrar en más detalles (además de no querer revelar que muchas cachetadas le habían llegado de última cuenta por eso mismo).
La cosa es que, hoy era el día de ser único, diferente. Un Bryan distinto en el mismo Bryan de todos los días. No carrete, no comparaciones, no calenturas. Puro amor. Pero había un gran detalle. Un gran, horripilante y asqueroso detalle. Un detalle que generalizaba a los otros varios que seguían en esa misma categoría.
¿Cómo chucha saber qué era lo mejor que podía hacer? O sea, Martina había salido de compras. Y no simplemente había salido así como así normal, sino que para rematarla, enojada. Estaba claro que cuando llegara y de repente tuviera a su porteño imbécil todo galante y caballero esperándola en el living, pensaría que alguna cagada con otra se había mandado. O que estaba borracho. O que estaba, simplemente y en resumen, buscando hacerse el lindo porque se encontraba borracho y quería cubrir que la otra (que más encima no existe) estaba en el lecho matrimonial, desnuda, esperándolo. Martina siempre tenía tan buena imaginación…que eso le parecía lindo como exasperante. Otra vez se vuela un segundo.
Todavía, como buen Bryan, seguía estancado en la misma interrogante, mirándose al espejo de la pieza. No sabía si peinarse al pan batido o dejarse sus siempre típicos mechones, así todos disparados, en la dirección que se les antojara. Ese trajecito blanco, medio ajustado, que quedaba y encajaba perfecto con su cuerpo esbelto, lo hacía ver bien. Demasiado bien. Tan bien que…que si fuera mujer, creería y daría por hecho que ya se habría pegado un toqueteo de traste y del bueno. Se encontraba terrible sensual, si hasta su cara seria podía estar combinada con su todo; y tanta maravilla era todo esto, que la duda se le va en collera y lo único que abunda en su cabeza es un “Grande, Papá. Grande. Con razón las minas te siguen tanto”.
Ahora se observa meticulosamente la cara. Se miraba tanto, que no podía creérsela él mismo.
Después de que su rostro pasara esa revisión que, quería evitar que Martina se molestara en ejecutar cuando le viera, procedió a menear la cabeza para poder atraer la idea general de nuevo a su mente. Puta que le costaba por Dios concentrarse.
- Ya sé qué voy a hacer. –Murmuró, sonriendo galantemente hacia el espejo, con la solución lista a sus problemas. ¿Qué otra cosa podía complacer a una mujer además de los mimos? Que el hombre la seduzca y le recuerde todas esas cosas que ella, normalmente, adora contradecir para que el imbécil que la ama siga hinchando con restregárselas en cara. ¿Cómo no se le había ocurrido antes? Saco wéas no más.
Y ahí surgió otra respuesta inmediatamente, a la última cuestión.
“Ah; porque era muy cursi y estúpido. Qué mierda tienen las mujeres de ahora con estas weás…”
Adoraba responderse a sí mismo. Era estúpido, pero bacán a la vez.
Mira ahora hacia el reloj que había ahí en la pared donde estaba puesto el espejo vertical en el que antes, se adulaba mentalmente. Si bien sabía lo puntual de la argentina, adivinaba que estaba a punto de llegar a casa. Más valía irse preparando para lo que es bueno.
Desvía sus ojos castaños hacia su reflejo. Ya venía siendo hora de decirle adiós. Y también observa a la cama, que se había esmerado en perfumar con esencia de rosas. Si bien esta noche no pretendía llegar a nada, nunca estaba de más…prepararse. Bryan era seco para sumar puntos en esta clase de cosas.
Chascón como siempre, salió de la pieza, luciendo unos zapatos negros de marca (que le costaron un ojo de la cara y un par de riñones, literalmente) bien lustrados, los pantalones de tela blanca con los pliegues como corresponde, la camisa medio celestita que le regaló su razón de ser en su cumpleaños veinticuatro y encima, el terno blanco que le quedaba a la medida, que su querido suegro le había obsequiado también. Ahora sí que se ganaba puntos en este aspecto. ¿No quería la rubia un Bryan especial? Ahí lo tendría.
Bajó con parsimonia total las escaleras y, de ahí, se acercó a los interruptores, para bajar un poco la luz, porque hasta eso la rubia se había encargado de dejar arreglado en el living. Quizás ella ya estaba previendo desde un principio que él haría caso a sus quejas y se esmeraría en cambiar de esta forma. Totalmente al tipo de hombre weón romanticón, como siempre él decía. De ahí, se apoya contra la pared que está justo en frente a la puerta de entrada, con las manos en los bolsillos.
Bryan era pésimo amante de película.
Pero si se lo propone, lo logra. Si se lo propone, se inspira. Y llega a ser mucho más choro que uno de esos.
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